Hoy es 9 de noviembre y en Madrid celebramos la festividad de la Almudena. Por este motivo hemos decidido dedicarle nuestro post de hoy a la leyenda de esta virgen y a su antigua iglesia.

Todos sabemos que los patronos de Madrid son esta Virgen y San Isidro Labrador, pero suele ser menos conocido que la villa estuvo también bajo el patrocinio de otros santos y vírgenes. Desde antiguo Nuestra Señora de Atocha fue una de las advocaciones tutelares de la villa, mientras que desde finales del siglo XVI los regidores y prelados de Madrid hicieron voto de guardar la festividad de Santa Ana, celebrándose su fiesta hasta el siglo XIX.

En el caso de San Isidro su culto es impulsado entre los siglos XIII y XV, siendo considerado ya a mediados del XVI uno de los patrones de Madrid y extendiéndose su devoción fuera de la villa. El problema en torno a este santo era que en esas fechas todavía no había sido reconocido oficialmente  por la Iglesia. Una situación difícil de sostener a causa del rigor tridentino del momento en lo relativo a la veneración de reliquias y el culto a los santos. Finalmente, su canonización tuvo lugar en 1622, junto con la de Santa Teresa, Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Felipe Neri.

Durante ese mismo siglo XVII se registra bastante rivalidad entre los defensores de la Almudena y la Virgen de Atocha. La devoción a la primera tuvo un carácter más popular, mientras que la evolución del culto a la segunda mostraba un significado más político y ligado a la familia real. De hecho, en 1602 su capilla fue puesta bajo patronato real.

A partir de la instalación de la corte en Madrid en 1561, un gran número de fiestas, ceremonias públicas, sermones, discursos y poemas exaltatorios se elaboraron en torno a la imagen de la Virgen de Atocha. Antonio de León Pinelo en Los Anales de Madrid y José Pellicer en Avisos históricos enumeran las visitas solemnes de los monarcas a su santuario y las concurridas procesiones que llevaban a la imagen por los distintos conventos de Madrid.

El ritmo de las visitas oficiales del rey y las salidas en procesión hasta el Alcázar o el convento de las Descalzas Reales se aceleró notablemente a partir de 1621 con el acceso al trono de Felipe IV, contabilizándose más de una por año. Se produce entonces su configuración como culto dinástico y el comienzo de su fijación como tradición ceremonial de la monarquía.

En la década de 1630, el culto a la Virgen de Atocha empezó a ser presentado como un verdadero culto de la capital. Esta patrona de la villa y corte se convirtió además en la de toda la Monarquía hispánica al ser elegida por el Consejo de Indias como patrona de la navegación en 1634.

Sin embargo, desde mediados de la década de 1620 el protagonismo de la Almudena en la vida pública madrileña fue ascendente, surgiendo en las siguientes décadas la rivalidad con la Virgen de Atocha. La imagen de la Almudena había caído en un cierto olvido desde su invención hasta que la reina Isabel de Borbón, muy devota de la Virgen, ofrece en 1623 fundar y dotar una capilla para ella en la antigua parroquia de Santa María. Unos años después, en 1646, los regidores de la villa confirman su patronazgo votando a favor de la celebración de su festividad.

La iglesia de Santa María de la Almudena era la principal parroquia de Madrid y la más antigua de todas. El templo era un edificio pequeño con una solida torre-campanario, situado entre las actuales calles Mayor, Bailén y Almudena, solar que según los cronistas había estado anteriormente ocupado por una mezquita.

La advocación de la Virgen de la Almudena o Nuestra Señora de la Almudena hace referencia a la antigua ciudadela o almudayna islámica. La mención más antigua de almudayna aparece en un documento de 1152, que sitúa un solar donado por el Arzobispo de Toledo. En el siglo XIII tenemos las primeras referencias a la iglesia de Santa María de la Almudena.

Sólo se conserva hasta la fecha un único documento medieval perteneciente al antiguo archivo parroquial de esta iglesia, una carta de merced o privilegio concedido en 1467 por Enrique IV inserto en una confirmación de 1508 firmada por Juana I.

En el siglo XVII, aprovechando las gestiones que llevó a cabo Isabel de Borbón para la construcción de una nueva capilla en la iglesia, el conde duque de Olivares y el Ayuntamiento de Madrid consideran que es una buena ocasión para construir una catedral que este vinculada a la antigua iglesia. Se nombra una Junta para atender las obras del futuro templo, en la que participan el corregidor de la villa, representantes de la reina, regidores y comisarios nombrados al efecto. En 1624 se fijan las condiciones sobre su traza y planta, y se señala a Juan Gómez de Mora como arquitecto y a Pedro Lizargárate como aparejador. Ese mismo año, Felipe IV firma una Real Cédula en la que arbitra los medios para hacer frente a las obras, a las que el Ayuntamiento contribuirá con 200.000 ducados. Sin embargo, este proyecto no avanzará más allá de la ceremonia de colocación de la primera piedra

Finalmente, la antigua iglesia medieval es reformada por Teodoro Ardemans, levantándose un nuevo ábside rectangular que modificaba la cabecera curva original y sostenía el camarín de la Virgen, añadiéndose también el típico chapitel madrileño al campanario. Posteriormente, entre 1777 y 1782 sufrió una nueva intervención ejecutada por Ventura Rodríguez, reforzándose entonces sus cimentaciones.

En 1868 se planificó su derribo para ensanchar la calle Mayor y alinear las manzanas de la zona, produciéndose finalmente su demolición en 1869, justificada ante los madrileños argumentando el estado en ruinas que presentaba. En 1998 se llevó a cabo una intervención arqueológica que dejó al descubierto las cimentaciones y refuerzos de la zona de la cabecera que pueden verse actualmente en la calle de la Almudena.

 

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Imagen de la iglesia antes de su derribo. Placa de vidrio original en la Fototeca del IPCE, Iglesia de Santa María, VN-05236.
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Restos arqueológicos de la cabecera de la iglesia de Santa María de la Almudena

 

Además de estos restos arqueológicos, lo único que nos queda de la antigua iglesia es una de sus campanas y la imagen de la Virgen conservadas en la catedral. Tras la demolición del templo, la imagen de permaneció un tiempo en el altar del crucero de la iglesia de San Isidro, hasta que se procedió a su traslado a la catedral, alojándose en el brazo derecho del crucero de la catedral, enmarca por un retablo gótico del siglo XIV realizado por Juan de Borgoña, procedente de Oropesa (Toledo) regalado por el cardenal Ángel Suquía.

La talla, realizada entre finales del siglo XV y principios del XVI, es de estilo gótico tardío y se ha atribuido a los talleres de Sebastián de Almonacid o Diego de Copín. Representa a la Virgen como una reina con túnica rojiza y manto recamado, con vuelta en color azul, que cubre sus hombros y cae en pliegues tubulares por delante. Sostiene al Niño desnudo con ambos manos. La imagen reposa sobre un trono de plata regalado a la villa en 1640.

Según la tradición popular, sin ningún respaldo documental, la imagen de la Virgen fue escondida en el 711 o el 712 por un herrero en uno de los cubos o torres de la muralla, cerca de la puerta de la Vega, para protegerla de los musulmanes, siendo redescubierta en el 1085.

Existen varias versiones sobre cómo fue localizada y recuperada por los cristianos. Una de ellas cuenta cómo el rey Alfonso VI se empeñó en encontrar la imagen perdida de la que todos hablaban. Mientras la buscaban ordenó pintar una imagen para que se pudiera venerar a Santa María en la antigua mezquita consagrada como iglesia. Esta pintura se ha querido corresponder con la de la Virgen de la Flor de Lis, descubierta en 1623 en el ábside de la iglesia al retirarse su altar mayor. Fue arrancada y trasladada a otro punto del templo, encontrándose actualmente en la Cripta de la catedral. Sin embargo, se trata de una obra posterior, del siglo XIII, que responde al modelo de Virgen sentada con el Niño sobre sus rodillas, y que sujeta la flor de Lis con la mano derecha.

 

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Virgen de la Flor de Lis, Cripta de la catedral de la Almudena

 

Tras nueve días de plegarias, mientras una procesión pasaba junto a la puerta de la Vega, un fragmento de muralla cayó dejando al descubierto la imagen que permanecía intacta, junta con las dos velas con las que había sido tapiada todavía encendidas.

Otra de las versiones explica que la Virgen se le apareció a Rodrigo Díaz de Vivar, pidiéndole que tomase la fortaleza de Mayrit. Al aproximarse el Cid y sus hombres a la ciudad, se habría abierto un hueco en la muralla en el lugar donde se encontraba la talla y por donde habrían entrado y tomado la ciudad.

El cubo de la Virgen, la torre donde supuestamente estuvo escondida la imagen, fue derribado en 1707 para permitir la construcción de la nueva puerta de la Vega, hoy desaparecida también. En su lugar se coloco una hornacina con una copia de la imagen, como puede verse en la fotografía realizada por Jean Laurent en la segunda mitad del siglo XIX. En 1941 esta imagen fue sustituida por  su estado de conservación por otra talla realizada en piedra, que de nuevo fue sustituida a finales de 2013, quedando actualmente su nicho integrado en la fachada lateral del edificio del Museo de las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional.

 

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Cuesta de la Vega en la segunda mitad del siglo XIX. Placa de vidrio original de la Fototeca del IPCE, VN-03105

 

La ocultación de una imagen en peligro de caer en manos de los infieles y su posterior recuperación tras la victoria de los cristianos es un tema tradicional. Lo vemos en la leyenda de la Almudena y en otras similares, como la del Cristo de la Luz en Toledo. Estas historias proliferan en el siglo XIII de la mano de autores como Rodrigo Jiménez de Rada, para afianzar la idea de una profunda tradición cristiana de los asentamientos antes de la llegada de los musulmanes, dentro de la propaganda ideológica de la Reconquista. Las historias de los patrones de Madrid, ya sea la de San Isidro o las de las vírgenes de Atocha y la Almudena, se asocian a la Reconquista para permitir proclamar la continuidad y pureza del cristianismo de la villa.

En el caso de la Almudena, el origen islámico de la villa está claramente demostrado, y sabemos que en su solar no existió previamente un asentamiento cristiano. Además, resulta imposible que la imagen pudiese ocultarse en la muralla en el 712, porque está no fue construida por los musulmanes hasta 150 años después, bajo el gobierno del emir Mohammed I. Por tanto, lo más probable es que la imagen fuese tallada en la Baja Edad Media.

En el siglo XVI, la historia de la Virgen de la Almudena fue recogida en varios textos literarios siguiendo la moda de los poemas heroicos sobre las vírgenes madrileñas. En 1609, Jerónimo de Salas Barbadillo escribió Patrona de Madrid restituida. Poema heroico. Años después, en 1624 Lope de Vega publicó La Virgen de la Almudena, un poema histórico que recoge de nuevo el suceso milagroso, que fue incluido en 1625 en el volumen de los Triunfos divinos. La motivación que empuja a Lope a escribir este poema fue la devoción de la reina Isabel de Borbón por la imagen y la procesión que los reyes, nobles y personalidades de la villa y corte realizaron por las calles de Madrid para poner la primera piedra del que iba a ser el nuevo templo para la Virgen.

Calderón de la Barca también dedicó varias obras a esta Virgen. En primer lugar, en 1640 escribió La Virgen de la Almudena, pieza hoy perdida, y elaborada con ocasión del traslado de la imagen. Posteriormente, en 1651, redactó el auto El Cubo de la Almudena, representado en las fiestas del Corpus de ese año.

Por último en 1692, Juan de Vera Tassis editó en Madrid Historia del origen, invención y milagros de la sagrada imagen de Nuestra Señora de la Almudena, obra en la que habla del carácter milagroso de la imagen de esta Virgen ya que cada versión que se realizaba de ella era diferente.

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